En historia general del arte tenemos la tendencia de aplicar a las creaciones de culturas no occidentales los “ismos” que específicamente designan a corrientes del arte europeo y más recientemente al arte producida en América del Norte. Estas apelaciones nunca son fortuitas y son el resultado de hechos precisos. Recordemos, como ejemplo, que el término Impresionismo viene del título Impresión, sol naciente dado por el pintor francés Edouard Manet (1832-1883) a uno de sus cuadros realizado en 1872. No es hasta 1874 que este término comenzó a ser utilizado para designar a un grupo de artistas que exponían sus obras en el taller del fotógrafo Nadar, en París, y que hacían uso de la luz y el color como el tema de sus lienzos.

Notemos también que esta nueva pintura, este realismo nuevo, tiene sus antecedentes: es el resultado de reflexiones e intenciones que le precedieron, tanto en el campo artístico como en el científico. La primera exposición del grupo en el taller de un fotógrafo no sería entonces casual pues esta pintura se apoya en el descubrimiento de la naturaleza corpuscular de la luz, que es la base de la fotografía. El realismo propuesto por los Impresionistas debía, adicionalmente, alinear la relatividad de las condiciones bajo las cuales un tema es observado (luz, cielos, colores…) y la relatividad de la visión del pintor que se distingue de la visión de generaciones anteriores.

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Louis Rigaud, La Bendición de las Banderas, ca 1904,  Colección del Museo del Panteón Nacional Haitiano

Yo diría, además, que algunos artistas haitianos fueron reagrupados erróneamente bajo “ismos” que en realidad no les quedan bien, como un vestido mal entallado. Sin embargo, si hago un recuento de la historia de la pintura de fines del siglo XIX, ello servirá sobre todo para introducir algunas reflexiones sobre el tema del “Indigenismo” aplicado a Haití, en primer lugar, con un sentido literario, el cual se extendió posteriormente a las artes plásticas y ello en el contexto de una resistencia a la ocupación americana en Haití (1915-1943).

Según el diccionario Larousse, el Indigenismo es un término que califica un movimiento originario de América Latina en la década de 1920, con el fin de abogar por la causa del conjunto de los pueblos indígenas oprimidos por el sistema semi-feudal heredado de la colonia. Algunos años después, este movimiento va a ser denominado con el término Criollismo elogiando la creación de imágenes realistas mediante las cuales se representan el paisaje tropical así como escenas de la vida cotidiana y los trajes típicos del país, especialmente los de los campesinos y las clases menos favorecidas. Cuba conservó el término Criollismo, por su parte Puerto Rico lo llama Jibarismo, haciendo referencia al Jibaro, es decir, el campesino. Haití por su lado escogió el término Indigenismo establecido en la Revista Indigenista, publicada en 1927.

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Oscar Colón Delgado (1891-1968)  Jíbaro Negro, 1941, Colección privada

La interpretación de la tesis El Indigenismo en la novela haitiana, presentada por Judith Charles, en 1984 en el Departamento de Lengua y Literatura Francesa de la Universidad McGill, invita a replantearse igualmente la noción del Indigenismo en el área de las artes plásticas en Haití. De hecho, así como el impresionismo, presentado como ejemplo, el indigenismo no nació espontáneamente, parece entonces evidente que el indigenismo haitiano tiene orígenes bien concretos en los años posteriores a la independencia del país. En la época en que el Indigenismo no era todavía común, Judith Charles utilizó muy bien el término haitianismo del cual el movimiento indigenista sólo sería una nueva fase. Los trabajos de nuestros dramaturgos y novelistas quedan como muestras de lo antes mencionado. ¿Pero qué queda del haitianismo en la pintura? Desafortunadamente contamos con pocos elementos de la época anterior a la publicación de la Revista Indigenista, sin embargo, existen varias referencias en algunas obras y se encuentran en colecciones públicas y privadas, poco conocidas, y en algunas obras de artistas haitianos sobre las cuales podemos basar nuestras reflexiones.

A simple vista se puede constatar que estas obras transmiten la idea de la importancia de un momento, lo magnífico de un lugar, el prestigio de un personaje, aun cuando sea representado en un contexto que podría describirse como una simplicidad sofisticada. Los retratos son más comunes y particularmente interesantes, pues ellos sitúan la existencia de un personaje (hombre o mujer) en un momento dado de nuestra historia. Son entonces imágenes que pueden servir de herramientas que permiten remontarse a nuestro pasado de pueblo, herramientas sin las cuales simplemente no tendríamos identidad. Más que herramientas, ciertas imágenes representan símbolos de nuestra existencia como nación independiente. De esta manera, se puede explicar la serie de retratos de jefes de Estado pintados alrededor de 1878 por Louis Rigaud (1850-1915) y los cuales fueron exhibidos en el pabellón haitiano de la Exposición Internacional de Chicago en 1893. Es así como se explica igualmente la serie de retratos de nuestros hombres prominentes pintados hacia el año 1920 por Edouard Goldman (1870-1930) quien, evidentemente, retoma en esta serie imágenes ya creadas, a veces incluso fotografías, pero lo que la distingue es el hecho de que el artista juzgó prudente incluir en una viñeta la biografía o las obras del personaje en cuestión.

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Edouard Goldman, Retrato del Almirante Hamilton Killick, ca 1920, Colección privada 

En su mayoría, estos retratos son obras a petición. Poco importa que los recuerdos que ellos pueden evocar sean casi exactos ya que dichos recuerdos reposan sobre nuestros conocimientos generales de la historia del país. De esta manera, la reconstrucción mental que pueden provocar responderá al principio de la correspondencia, es decir, que estará en armonía con lo que somos, nuestras creencias y la idea que nos hacemos de estos personajes y de nosotros mismos.

 

Le Nouvelliste